San Eloy o Eligius —su nombre original— nació en la región francesa de Limousin a finales del siglo VI y pronto sobresalió como uno de los orfebres más hábiles de su tiempo por su extraordinaria habilidad para trabajar el oro y la plata.

Su prestigio llegó a la corte merovingia, donde trabajó para el rey Clotario II y, más tarde, para Dagoberto I. Una de las anécdotas más conocidas de su vida relata cómo, con el oro destinado a fabricar un único trono, elaboró dos sin quedarse una sola pieza de metal, gesto que consolidó su fama de integridad.

Tras abandonar la actividad artesanal, Eloy emprendió una vida religiosa que culminó con su nombramiento como obispo de Noyon, impulsando numerosas obras caritativas y evangelizadoras, hasta su fallecimiento el 1 de diciembre del año 660.

Su figura, vinculada tanto a la excelencia técnica como a la rectitud moral, ha sido adoptada durante siglos por los gremios de joyeros, plateros y orfebres, que lo veneran como su patrono y referente ético.

Hoy, su festividad sigue siendo una ocasión para reivindicar el valor del oficio artesanal y la importancia de la honestidad profesional para nuestro sector.